Mis lecturas destacadas de Fantasía de 2017

12/20/2017




Buscando retomar la actividad siempre esporádica de este espacio en el último tiempo, se me ocurrió escribir un tipo de entrada muy común en esta época del año y en la que ya había incursionado en 2015: la de mejores lecturas (o historias leídas) del año. En mi caso, esto correspondería a aquellas obras literarias de Fantasía que leí por primera vez este 2017 y que me gustaron muchísimo.  

Viendo mi listado del año en Goodreads, caí en la cuenta de que tenía por lo menos 8 títulos que podía incluir, todos muy variados temática y estilísticamente. Por lo mismo, quise añadir comentarios de por qué estos libros me habían llamado la atención. Así, por un lado, podría convertir mi experiencia lectora en recomendaciones para lectores que pudieran apreciarlas; por otro, me serviría para dejarme a mí misma un testimonio de que, a pesar de lo duro y ocupado que fue 2017, leí bastantes obras valiosas que me hicieron más feliz (naturalmente, ésta es la razón principal).

Por supuesto, a diferencia de otras listas similares, cada elección tiene una explicación extendida de por qué cada obra me resultó destacada. En algunos casos, he enlazado también documentos en los que he profundizado en más detalle en algunos aspectos del autor o de la obra.




Fantasía hispanoamericana



 Todos mis cuentos, de Ana María Matute


Lumen, 2001. España.

Ana María Matute, más asociada al realismo de la posguerra española, tenía una poderosa veta de Fantasía. No resulta extraño que ésta se explore ante todo desde la literatura infantil, pues la autora siempre defendió la infancia como el corazón de lo humano, ahondando en sus complicaciones como un pasaje no solo formativo o temprano de la vida, sino también esencial, casi el destino al que debiéramos regresar al final de nuestra adultez.  

Este enfoque puede apreciarse con gran nitidez en esta recopilación de sus cuentos infantiles, que en realidad podríamos denominar como cuentos de hadas contemporáneos, para todo lector que aún recuerde las tristezas y alegrías de su niñez. Escritos con una prosa bellísima, llena de lirismo y profundo entendimiento de la sensibilidad de sus infantes protagonistas, este libro ilustrado es una verdadera joya para los pequeños huérfanos de Andersen o Grimm.  

En tiempos en los que todo lo que remita a cuento de hadas despierta un virulento rechazo de parte de aquellos que odian la imaginación, o bien, una bobalicona admiración que se queda en sus elementos más superficiales, Todos mis cuentos es casi una declaración de principios atemporal: el cuento de hadas contemporáneo es también literatura, y en sus raíces resuenan los ecos de toda una tradición maravillosa.  


~He profundizado más en esta obra en este artículo.~



Historias del camino, de Mariela González

Kelonia, 2016. España.


Tras mi lectura de su juvenilia reescrita, Heredero del invierno, llegué a la más reciente novela de mi amiga Mariela. Tenía mucha curiosidad por descubrir el tono de esta nueva historia, aparentemente mucho más ambiciosa que la anterior, y me topé con una grata sorpresa.  

Historias del camino, como el nombre sugiere, es el recorrido de vida del mensajero Keith el Cojo y de las aventuras con las que se encuentra en sus misiones. La obra está dividida en cuatro partes; cada una plantea una aventura distinta, aunque ordenadas todas de manera cronológica, lo que nos permite apreciar el crecimiento de los personajes principales y la forma en que se van estrechando sus relaciones.  

Me fue inevitable pensar en un buen anime clásico mientras leía este libro, y no porque necesariamente haya una presencia explícita de algunos elementos narrativos propios de esta forma de ficción. Más bien, fue por esa sensación de íntimo cariño que vamos desarrollando hacia los personajes y sus peripecias. Algo que, en los últimos años, no he podido encontrar con facilidad en la literatura. Lo mismo cabe señalar respecto al amor que he hallado aquí por dos rasgos característicos de la Fantasía más conservadora: el viaje y la aventura, y todo lo que les pasa a nuestros exploradores en estos caminos. Keith es un protagonista entrañable, de esos que intentan hacer lo correcto a pesar de los tropiezos, y Ravza, la coprotagonista, una mujer muy atrayente como personaje, que destaca tanto por sus sombras como por sus luces.  

Por último, quisiera destacar el lenguaje de la novela. El estilo de Mariela es rico, cadencioso, con una densidad léxica muy bien controlada. Leer la obra es como viajar también, a nuestro modo. ¿Qué más quisiera pedirle a la Fantasía ahora sino eso? Un viaje de múltiples dimensiones, claro, y una nueva amiga con la que recorrer algunas de ellas. 


~He profundizado más en la obra de la autora en este artículo (página 69).



El dragón blanco y otros personajes olvidados
de Adolfo Córdova

Fondo de Cultura Económica, 2016. México.


Adolfo Córdova es el autor de uno de los mejores blogs de literatura infantil y juvenil de Hispanoamérica, y mi favorito personal: Linternas y bosques. He sido durante mucho tiempo una lectora silenciosa de aquel sitio, y a lo largo de los años desarrollé la sospecha de que Adolfo podría ser uno de los nuestros, debido al amor inconfundible que le profesaba hacia algunas obras imaginativas de las que escribía. Por ello, cuando se anunció el flamante lanzamiento de su primera colección de cuentos, basados estos en la recreación de personajes secundarios de cuentos maravillosos varios, me sentí muy emocionada.  

Su lectura me reveló a un nuevo escritor de Fantasía hispanoamericano al que prestarle atención. El dragón blanco es un libro precioso, que evidencia un profundo sentido de respeto por las historias con las que seguramente creció el autor, a la vez que exhibe aquella curiosidad creadora por explorar los intersticios de las obras originales. “¿Qué hubiera pasado si…?” parece ser la pregunta que conduce estos bellos cuentos, o esta otra: “¿Y qué pasó después de…?”.  

Se le ha criticado mucho a la Fantasía su tendencia a la fotocopia de las grandes obras, sin rozar siquiera su genialidad; pues bien, he aquí un trabajo que traza un camino acertado: el de la reescritura. Pero no una reescritura de patéticos afanes satíricos, sino una que nace de una inquietud muchísimo más honesta, valiosa e importante: el amor a estas historias de Fantasía. 

Seguramente, no verán con frecuencia la palabra “Fantasía” asociada a esta antología, sino a través de mis propios textos en los que hable de la obra. Los cuentos de Adolfo son, por cierto, cuentos de hadas, y ya sabemos que existe una frontera entre estos y la Fantasía propiamente tal. Pero silenciar este nombre es silenciar también su componente imaginativo. Tengo la remota esperanza de que, así como El dragón blanco... resultó ser un libro muy premiado, su existencia ayude a la academia hispanoamericana de la LIJ a despercudirse de sus prejuicios estúpidos y al fin celebrar la imaginación en la literatura.  


~He profundizado más en esta obra en este artículo (página 12).~ 



Auliya, de Verónica Murguía

Era, 1997. México.

¿Cómo hablar de Fantasía en Hispanoamérica y no mencionar el trabajo de Verónica, la mejor escritora de esta estética en nuestras tierras? Sí: ella, a mi juicio, y no Bodoc, que también me gusta mucho. Me ha parecido fundamental descubrir una Fantasía latinoamericana escrita desde el medioevo europeo, sin complejos de culpa ni justificaciones por no estar hablando de nuestro supuesto aquí y ahora. Porque los reinos que amamos en nuestra infancia y juventud, pertenezcan a la cultura que pertenezcan, son nuestra verdadera patria. Nuestro único mundo. Verónica, con su afinado estilo y su profundo entendimiento del sentido de la Fantasía, sanó mi percepción de los mundos imaginarios de inspiración medieval y las historias que pueden contarse en ellos. Solo por eso ya fue una autora a la que quise seguirle la pista. 

Auliya, sin embargo, se desplaza hacia los arenosos territorios del Medio Oriente medieval para contar la historia de la protagonista del título, una joven con dones mágicos que sale en busca del mar (¡Eh!) tras abrir su corazón por primera vez al amor. El viaje de Auliya, sin embargo, parece contar con el desplazamiento geográfico casi como un correlato de la verdadera travesía: la espiritual. Incluso su magia, claramente inspirada en fuentes no occidentales, adquiere unas formas muy particulares al estar vinculada con las fuerzas de la naturaleza y a la necesidad de comunicarse con esta. Auliya se transforma física e internamente, y su odisea cada vez se vuelve más y más onírica, aunque sin perder del todo sus elementos axiales.  

En suma, una novela tan hermosa como cualquier historia de Fantasía de Verónica. Si bien aparentemente surge como una obra temprana en su corpus imaginativo (al menos es la primera de la trilogía implícita que integrarían también El fuego verde y Loba), su acabado es tan prolijo estéticamente que da igual. Una pequeña joya difícil de conseguir hoy en día, como todo tesoro que vale la pena. 

 ~He más en la obra de la autora en este artículo (p. 69) y en este.~


Fantasía premoderna



Cuentos fantásticos, de Ludwig Tieck

Nórdica Libros, 2009. España.
[1796, 1802, 1812. Alemania] 


Un título sumamente engañoso y genérico para una sorprendente colección de tres narraciones (“Eckbert el rubio”, “El monte de las runas” y “Los elfos”) de este escritor alemán perteneciente al Romanticismo. Contrario a lo que podría suponerse a partir de ese “fantásticos”, esta obra está lejos de las aburridas vacilaciones y el delirio de lo racional, por fortuna. Más bien, se relacionan con la tensa relación entre lo humano (lo presuntamente lógico, mesurado y constreñido) y lo feérico (lo imaginativo, salvaje y desatado) en aquel campo de batalla (¿de juegos?) que es la naturaleza, así como de la búsqueda de los protagonistas de un sentido más sólido del que la realidad les provee. 

Estamos frente a un conjunto de narraciones casi inaugurales, en el sentido de que remecen tradicionales concepciones en torno al relato y adoptan tanto vetas ensayísticas como un desarrollo de personajes más propia de la novela. Como corresponde, también se aprecia un marcado acervo de inspiración folclórica y resabios tanto de la leyenda como del cuento de hadas. Pero acaso lo más destacado, en la línea de esta entrada, sea la presencia de vistazos y exploraciones de Faërie de una forma que podríamos considerar embrionaria, una prefiguración de lo que leeremos posteriormente en autores de Fantasía propiamente tal. Los personajes, de una u otra forma, cruzan la frontera de su mundo primario y acceden a un nuevo plano de realidad, pero este viaje no les depara la alegría definitiva. Antes bien, los relatos adquieren sombríos matices en el accidentado regreso de los protagonistas a su contexto original. Los cambios experimentados en sus experiencias maravillosas los han dejado en una suerte de complicado limbo, que acerca sus destinos a la tragedia. Con todo, la belleza poética con la que el autor narra estos encuentros con lo feérico es tal que su evocación crea la paradójica sensación de que este destino, por muy aciago que resulte, sigue siendo preferible a la anodina realidad conocida. 

Me entusiasma mucho trazar genealogías difusas desde autores poco conocidos. Eso, sumado al hecho de que no suelo volverme hacia las fuentes románticas de la Fantasía, ha vuelto el hallazgo de esta obra una feliz lectura. 



Cuentos de hadas, de George MacDonald 

Atalanta, 2012. España [1862-1882. Escocia]

Una lectura que tenía pendiente de hace tiempo y en la que me interesaba mucho aventurarme, considerando la importante influencia del autor en J.R.R Tolkien y C.S Lewis y las complejas formas que tuvieron ambos para reconocerla (o matizarla): desde la lectura de On Fairy Stories como una reescritura ampliada de The Fantastic Imagination del escocés, en el caso de Tolkien, hasta la profunda filiación con una imaginación creyente de fuerte inspiración alegórica, en el caso de Lewis. 

Coetáneo de Lewis Carroll, MacDonald resulta un escritor victoriano muchísimo menos conocido que el creador de la famosísima Alicia. Incluso, aunque ha salido también a la palestra como uno de los antecesores de la Fantasía moderna, su nombre suele cobrar mucho menos protagonismo que otros como Lord Dunsany, por ejemplo. ¿Por qué? En esta primera lectura, guiada por la lumbre de la maravilla y la fascinación, me atrevería a decir que puede deberse en parte porque las obras de MacDonald son bastante más complejas de lo que parecen y bastante menos conformistas de lo que cabría esperarse, incluso para quienes venimos con enfoques muy bien recortados al momento de acercarnos a algunos de nuestros antepasados en la genealogía imaginativa. 

Entroncado naturalmente en la tradición de los cuentos de hadas literarios, aunque huyendo de la impostura de la moraleja de otros autores, los textos de MacDonald logran ser tan bellos como extraños, tan dolorosos como deslumbrantes. Hay aquí espacio para el viaje fantástico hacia Faërie, pero también para las pausas de eternidades e incluso para el humor. Destacan en algunos de estos cuentos, mis favoritos, la dupla protagónica de niño y niña, que solo en su unión de fuerzas y caracteres logran encontrar y reclamar su destino. Un brillante y tierno acercamiento a la integración de anima y animus, y un buen contraargumento hacia aquellos que asocian fatalmente el cuento de hadas a la princesa indefensa y al caballero que la rescata. El delicado paralelo entre lo masculino y lo femenino parece estar siempre al borde del desbalance, pero es precisamente el viaje, la búsqueda y el hallazgo lo que le permite alcanzar la armonía. 

El título completo de esta compilación versa "cuentos de hadas para todas las edades", siguiendo los propios principios ético-estéticos del autor, aunque creo que no se debe caer en el error de pensar que es un libro apto para todo público. Insisto: MacDonald es raro, y esa rareza, al menos por lo que he visto en mi experiencia personal, no es algo que agrade a todo el mundo, más allá incluso de la honestidad e intensidad de su interés por la Fantasía. Queda entonces este comentario como una invitación implícita solo para valientes, aquellos que quizá sí hayan conservado parte de esa zona crepuscular de la infancia, que hemos tendido a liquidar tanto con luces como con sombras.  



Fantasía contemporánea


La tarde de los elfos, de Janet Taylor Lisle

Norma, 1989. Estados Unidos.


Este libro infantil resultó ser la más inesperada de las sorpresas. Lo compré a ciegas, solo por su evocador título y su curiosa sinopsis, pero sin tener muy claro qué podría encontrarme en él. ¿Elfos? Pues sí y no. La tarde de los elfos es una novela que, a mi juicio, se instala en la línea de Un puente hacia Terabithia para plantear un acercamiento realista hacia la imaginación: en ningún momento los protagonistas trascienden a un mundo secundario, y los aspectos mágicos surgen velados por diversas circunstancias. Pero aquí no importa determinar si son fácticos o no, porque lo importante es el tejido que surge a partir de ellos, su potencial para conectar vidas a través del poder de la imaginación y, en última instancia, de curarlas cuando la partida es inevitable.  

Cruda y a la vez sensible, esta novela desarrolla una relación tan compleja como la de dos niñas muy distintas a partir de su interés compartido por los elfos, concebidos aquí como pequeñas criaturas feéricas similares a los duendecillos. Lo que podría parecer una dulce ilusión infantil o un promisorio comienzo de una gran aventura deriva en una difícil esperanza en un contexto muy duro y aislado, pero peligrosamente común. 

No veremos a los elfos presencialmente, pero sí sus obras en el patio de una de las niñas protagonistas. Estas huellas, sumadas a otras aún más importantes, sientan las claves para una novela infantil sorprendente, bastante alejada de varias corrientes simplistas que campean hoy en día en este ámbito, y poderosamente triste, como la propia niñez. 


Jonathan Strange y el señor Norrell
de Susanna Clarke

Salamandra, 2004. Inglaterra.

Probablemente una de las mejores novelas contemporáneas de Fantasía de los últimos años. Puede sonar muy estirado comenzar así cuando yo misma he eludido leer o seguir leyendo a algunos de los autores cuyos nombres más tañen en el medio y que cada vez me interesan menos: Brandon Sanderson, Patrick Rothfuss o N.K Jemisin, por ejemplo, pero no me importa. Considerando mi aparataje de prejuicios hacia lo contemporáneo, que esta haya sido la mejor lectura del año ya dice bastante. Al menos parte de la crítica respalda este juicio, si bien creo que esta valoración no ha venido acompañada por una rotunda recepción de la comunidad lectora, al menos no en ámbito hispano.  

Honestamente, y a pesar que muchos ya saben que me repugna el éxito y el sonsonete fantoche de los vencedores, no entiendo cómo una novela como ésta no es más conocida y celebrada. No solo es una obra literaria magnífica y deliciosamente escrita, sino también una divertidísima. Su sentido de la intriga es estupendo, con una gracia que solo había encontrado antes en Lud-in-the-Mist, pues por lo general las historias demasiado rápidas, según las convenciones prosísticas actual, se me vuelven aburridas. Jonathan Strange y el Señor Norrell, en cambio, exhibe un sentido del oficio narrador tal que todo parece estar en control.

Pero acaso lo más llamativo sea su concepción de la magia. En aquella Inglaterra imaginada, esta siempre ha existido, siendo por muchos siglos una fuerza omnipresente. Pero, hacia el siglo XIX, época en la que transcurre la historia, la magia se ha visto reducida a una farragosa disciplina académica de señores privilegiados que se la pasan hablando sandeces pedantes, justo como en la academia humanista de nuestro mundo real. La irrupción del señor Norrell, un señor tan amargado como verdadero especialista de la magia, llega a remecer este mundo decadente: a pesar de su tedio supino, Norrell se presenta como el único mago práctico, uno que pretende restablecer la magia en Inglaterra.  

Aunque en principio no parezca tan claro, Norrell actúa movido ante todo por su sentido patriótico (más folclórico que de partidismo político, por fortuna) y por su honesto (aunque extravagante) amor hacia la magia misma. Sin embargo, nuestro mago es un hombre excesivamente celoso de su arte y de sus conocimientos, además de estar muy lejos de la figura de adalid que podría captar más interesados. Su misión se verá entonces complementada cuando aparezca Jonathan Strange, casi su contraparte: un hombre joven, entusiasta y carismático. Lo más importante, no obstante, es que su amor y talento por la magia es homólogo al de aquel que será su maestro. La relación entre estos dos protagonistas, con sus particulares y muy distintas visiones en torno a la magia, junto todo lo que surge a su alrededor, en esta disparatada búsqueda mágica, es el corazón de la novela. Es también, por supuesto, un planteamiento maravilloso para quienes reconocemos la propia magia como arte, literatura, y nos vemos reflejados al mismo tiempo en uno como en otro... aunque más en uno que en el otro, sin duda.  

Se habla mucho hoy de la representatividad en la ficción, pero la verdad es que rara vez me he sentido más identificada con personajes femeninos como con el señor Norrell, pues lo que nos une es algo más importante que nuestro sexo o algunas preferencias superficiales: es el amor por la magia. Naturalmente, también hay otros aspectos menores en común, como nuestra absoluta condición aburrida y carente de carisma, así como la sensación de hastío de tener que estar frecuentemente en entornos llenos de gente banal, o la frustración al ver que medio mundo se acerca a la magia (la Fantasía) por intereses mezquinos o capitalistas, sin entender nada de nada. ¡Pero si se parece hasta en el sincero deseo de hallar un verdadero compañero con quien recorrer este viaje...! 

Jonathan Strange y el señor Norrell es la historia de una amistad y de una rivalidad unidas por un amor en común, uno que es al mismo tiempo una maldición como una gracia, una locura que no está al alcance del común de los mortales. La novela está poblada de personajes secundarios interesantísimos (Stephen Black es extraordinario, y él protagoniza uno de los episodios más bellos), en cierto modo mucho más dignos que estos dos y cuya relevancia en el entramado de la ficción está estupendamente bien desarrollada, pero hacia las últimas páginas recordé/entendí por qué esta historia lleva el nombre de ambos magos. Y por qué, en última instancia, continúo escribiendo Fantasía, a pesar de todo. 


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